Han pasado algunos días desde el cierre del INC 5.2 en Ginebra. Tras la montaña rusa que fue el proceso y la intensidad de las negociaciones, ahora queda espacio para la reflexión sobre lo que allí ocurrió y, sobre todo, sobre las personas que hicieron posible sostener la esperanza de un tratado digno.
Ya lo dice la famosa frase “La locura es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes”; y, sin embargo, eso es exactamente lo que ocurrió en la última ronda de negociaciones. Pretender transformar el futuro manteniendo intacta la influencia de la industria que genera el problema y seguir aferrados a un mecanismo de consenso que silencia las voces de la mayoría de países y de quienes más sufren los impactos de la contaminación por plásticos, es una fórmula destinada al estancamiento. No podemos permitir que este proceso se convierta en otro ejercicio vacío, el mundo no puede darse el lujo de desperdiciar la oportunidad de construir el acuerdo ambiental más trascendental de las últimas décadas.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) tenía el deber de conducir este proceso con la ambición y la transparencia que exige el propio mandato. No ha estado a la altura. Reuniones a puerta cerrada sin presencia de observadores, convocatorias a plenaria a las 5:30 am, con solo 40 minutos de preaviso, ignorar peticiones de intervención de los Estados Miembro y observadores, en fin, un proceso totalmente descarrilado. Y lo que está en juego no es menor: la salud de millones de personas y la integridad misma del planeta.
El rol de los países de alta ambición.
De los 180+ países que participaron en las negociaciones, son más de 100 quienes quieren un tratado fuerte, menos de 10 los que no, y el resto se mantiene flotante entre una posición y otra dependiendo de la temática. Muchos países respaldaron medidas para identificar y eliminar las sustancias químicas tóxicas presentes en los plásticos, promoviendo la transparencia y la trazabilidad en la producción; muchos apoyaron la transición justa; la presencia de texto en materia de derechos humanos; la inclusión de mecanismos que habiliten la reducción de la producción, como el reuso, etc. La mayoría es abrumadora.
En medio de un escenario complejo, América Latina brilló con fuerza. Las delegaciones de Colombia, Panamá, Perú, Ecuador, Costa Rica, República Dominicana y Chile, entre otros, sostuvieron propuestas valientes para asegurar que el tratado sea integral, robusto y protector de la vida y la salud. Negociaron hasta altas horas de la madrugada, resistieron presiones y no cedieron en lo esencial. Sus palabras en la última reunión con la sociedad civil lo dijeron todo: “estamos cansados, pero no derrotados”. Ese compromiso merece gratitud. Gracias por no aceptar un mal tratado solo para exhibir un texto firmado; por no abandonar la mesa ni dejar las decisiones en manos de otros, aun cuando lo fácil hubiera sido rendirse; por recordarnos que defender la ambición es también defender la dignidad de los pueblos y del planeta.
Una comunidad global en movimiento
Este proceso también nos deja otra enseñanza poderosa: la fuerza incontenible de la sociedad civil. Recicladores de base, pueblos indígenas, comunidades en resistencia, científicos y activistas han entrelazado voces, experiencias y saberes hasta conformar una verdadera avalancha global. Una confluencia que traspasa fronteras, nutre las negociaciones con legitimidad y evidencia, y nos recuerda que ningún intento de manipulación por parte de la industria de los combustibles fósiles podrá detener lo que ya está en marcha.
Es esta comunidad, vibrante y diversa, la que sostiene la ambición desde afuera y la que seguirá movilizada mientras sea necesario. Porque la justicia y la vida no se negocian.
O se hace bien, o no se firma
Los países de alta ambición y la sociedad civil coincidimos en lo esencial: este tratado debe hacerse bien, o no se firma. Porque peor que no tener tratado sería entregar, en nombre del multilateralismo, un acuerdo que legitime la contaminación y sacrifique vidas.
El mensaje es firme: no queremos un tratado maltratado. No aceptaremos un documento débil que sirva a los intereses de unos pocos países y corporaciones, mientras el resto del mundo paga las consecuencias de una crisis que no provocó. Y lo decimos con claridad y con esperanza: todavía estamos a tiempo de escribir la historia de un tratado que honre la vida, y esa es una causa por la que vale la pena seguir luchando en la mesa de negociaciones.