Son las 7 de la noche de un martes en Puerto López, Ecuador. La embarcación Megáptera, un pequeño bote donado por WildAid al Parque Nacional Machallilla se encuentra en la arena al pie del mar. La hora de zarpar es entre las 7 y 8 de la noche; la hora exacta depende de la marea. En la embarcación se encuentran dos Guardaparques del Parque Nacional Machalilla: Rodrigo y Wilfer. Hoy empieza su jornada de control y vigilancia que durará 4 días y se llevará a cabo alrededor de La Isla de la Plata.
“Vamos ahí!” ordena Wilfred cada vez que cree encontrar una oportunidad para empujar el bote hacia el mar. “Una vez que despegue la proa sale facilito” asegura para dar ánimos. Junto a él, con los pies descalzos y sumergidos abajo del tobillo en agua, Rodrigo empuja cuando se lo ordenan. Continúan con esta dinámica hasta que la embarcación finalmente se despega.
Poco a poco las luces de Puerto López se empiezan a alejar. Desde el muelle un láser color verde apunta a la embarcación. Puede ser simplemente un niño jugando, pero ellos creen que son los pescadores que ya saben que los van a vigilar. “Lo ideal sería salir de otro lugar para cogerlos por sorpresa. Desde otro puerto pero no se puede” menciona Wilfer algo decepcionado.
La embarcación agarra algo velocidad y se empieza a alejar de la costa. Ya que es temporada de ballenas no pueden ir tan rápido; está oscuro y se pueden chocar con una no solo afectando al animal, sino también a ellos mismos (En junio de este año murieron dos pescadores abordo de la embarcación pesquera “Bendición de Dios” al chocar con una ballena jorobada).
Cuando llegan a la isla empiezan el primer control. Utilizan binoculares con visión nocturna para detectar cualquier embarcación que haya invadido el área protegida de 2 millas alrededor de la isla. Sus alrededores son de los más ricos en especies en territorio ecuatoriano. Luego se dirigen a una bahía en el lado calmo de la misma. Allí también se encuentran embarcaciones de pescadores que la utilizan para descansar. Los guardaparques se acercan y realizan el control de rutina. “Buenas noches señores somos Guardaparques del área nacional Machalilla ¿Se encuentran aquí descansando?¿Qué tal les ha ido en la pesca?” pregunta Wilfer. Al parecer no ha sido buena. Es una noche relativamente clara y esto paradójicamente perjudica la labor. Las noches oscuras son las mejores para encontrar los bancos de peces.
Luego de confirmar que no se realizaban actividades ilegales, buscan la boya designada para embarcaciones oficiales y atarse a descansar. La encuentran ocupada por una embarcación de pescadores y con autoridad les solicitan cambiarse a una boya cercana. Los pescadores acceden.
Wilfer cambia su pantalón por un calentador y se pone cómodo para dormir mientras Rodrigo hace lo mismo desarmando su sleeping bag. Como aún es algo temprano empiezan a conversar mientras devoran los pocos piqueos disponibles. Hablan de muchas cosas pero también organizan el siguiente monitoreo. A las 3 de la mañana darán una vuelta en sigilo alrededor la isla para intentar atrapar a cualquiera que no esté cumpliendo las normas. “Es la hora boba” asegura Wilfer.
Cuando amanece vuelven a realizar otra ronda de control y regresan a la bahía para desembarcar en la playa. Ahí se encuentra una casa de dos pisos que se utiliza como centro de control e interpretación. En un par de horas llegarán los turistas por lo que Wilfer y Rodrigo aprovechan su tiempo ejercitándose. Un tubo colgando entre una estructura y la pared les sirve para hacer barras. “Es importante mantenerse en forma” comenta Wilfer, inflando pecho orgulloso de su físico. Él es de tamaño promedio en Ecuador, ancho de pecho y piernas delgadas. Rodrigo en cambio es un poco más alto, delgado y atlético. Además, es joven, menos de 30. Y ya que pasan la mayor parte de su día en el bote, para ellos el ejercicio es muy importante.
Cuando terminan suben a desayunar. Lo hacen junto a los dos compañeros de que se encuentran en tierra. El desayuno consiste de una montaña de arroz, un pedazo de pescado fresco y una diminuta porción de vegetales cocinados. Mientras desayunan bromean entre ellos, todos tienen un buen ánimo.
Wilfer y Rodrigo vuelven a la embarcación mientras la mañana avanza y las embarcaciones turísticas empiezan a llegar. Vienen cargadas de turistas nacionales y extranjeros que harán avistamiento de aves desde tierra, nadarán con tortugas marinas, y principalmente observarán a las ballenas jorobadas.
Divisan otra embarcación de turismo y muy cerca de ella un gran alboroto en el agua. La espuma se levanta varios metros ante la actividad de una ballena jorobada adulta con su cría. Ambas saltan, chapotean con sus aletas y sus colas mientras 3 o 4 fotógrafos batallan contra el movimiento de las olas apuntando al animal con sus cámaras.
Los saltos de la cría demuestran que este tampoco es el ballenato en problemas. Los guardaparques se acercan a la embarcación de turismo y les preguntan si lo han visto. Efectivamente, ellos fueron los que lo reportaron. Sin embargo dicen que era un enredo leve y que lo más probable es que el ballenato se desenrede solo.
Wilfer y Rodrigo piensan, analizan la situación y toman la decisión de no ejecutar una maniobra de rescate. Después de todo ellos no cuentan en ese momento con los equipos necesarios para realizarla, y la embarcación con los equipos tardaría mucho en llegar. Además son las tres de la tarde y no se ha localizado al ballenato enredado, por lo que no alcanzarían a realizar todo antes de que anochezca.
Abandonan la búsqueda y continúan con su monitoreo rutinario. Aún faltan un par de horas más antes de que puedan volver a tierra por un rato y tener su segunda y última comida del día. No tienen tiempo ni recursos para una tercera. Seguro ese plato de comida contendrá otra gran montaña de arroz.